sábado, 28 de junio de 2008

Los Amigos del Cole

Hace poco nos reunimos los amigos del Cole. No me refiero a los del bachillerato que son los más recientes sino a los anteriores, los de primaria, los primeros amigos que se tiene en la vida.
Tuve la suerte de estudiar en una escuela pública y mixta, y digo suerte porque compartí con las mejores personas que hubiera podido conocer en esa época, aprendí de todos: de los profesores, de los de la cantina, de los de dirección pero sobre todo de ellos, mis panas de la escuela.
¿Quién eras tú en esos días?, ¿Tienes idea de cómo te recuerdan?
Mis recuerdos son buenísimos, estaban un poco empolvados por los años pero afortunadamente una de las chicas usó la aspiradora y sacudió el polvo de los recuerdos y me hizo rescatar mucho de ellos.
Mis loncheras eran muy particulares y por ende motivo de risa colectiva, la única que no se reía era yo. En ese entonces me mataba de pena y ahora de risa cada vez que sacaba mi desayuno y era una arepa rellena de perico (pero si mi mamá me la podía rellenar de queso y listo!) envuelta con servilleta más papel de aluminio! “Para que las partículas de este no me hicieran daño”. Cada vez que le iba a dar un mordisquito debía quitarle la servilleta que se había pegado como piel, por la humedad del calor con que la envolvía mi mamá justo recién cocinada.
Esto sin mencionar los jugos. A cuántos de Ustedes les ponían jugo de tomate o de pepino en la lonchera. A que ninguno levanta la mano, pero a mí sí! Y siempre me conseguía con alguno que me preguntaba:
-¿De qué es tu jugo? De tomate, respondía entre dientes, para que pensaran que habían escuchado mal, seguido por un grito de AAAASSSCOOOOO más una gran risotada.
Un día pensé, hoy no me friegan y cuando me preguntaron - porque siempre había un velón o un catador de desayuno ajeno- Respondí que era de patilla, acto seguido se escucho una risotada mientras me gritaba: mentira, porque es de tomate!
Nota mental: el día que me toque preparar lonchera será de sándwich de jamón y queso, de tomar jugo de naranja, y punto! Nada de loncheras gourmet.
Pero es que acaso, entre tantas frutas que compraba mi mamá no me podía hacer el jugo de parchita –si es que se la quería dar de exótica-, de naranja o de mango para parecer más tropical aún….pero no, de TOMATE! “Y te lo tomas porque es bueno”… para quien sabe que carrizo!
Así mismo los recuerdo a ellos, con ese detalle. ¿A quién recuerdas tú? Si, tu el que está leyendo, ¿A quién recuerdas con detalle? Te cuento de ellos:
Adriana, La Amiga de todos. A veces pensaban que éramos familia solo porque ambas tenemos cabello rulo y ojos claros, pero ella era realmente preciosa. Era la amiga de todos, de hecho la que nos volvió a reunir, la que llevaba el equipo de sonido para las fiestas de fin de año y compartía cuanta travesura inventábamos. Me sorprendió mucho su memoria, recuerda cosas increíbles.
Rebequita, La más querida. Y quien no iba a quererla si era –y sigue siendo- una dulzura. Usaba el cabello súper largo y liso. Como el mío es rulo y me lo cortaban como a un varón, fantaseaba en la máxima intimidad, claro está, con una manta que simulaba ser mi cabello largo y lisito como el de ella o el de la Barbie.
John, El príncipe Azul. Era alto, rubio, lo recuerdo musculoso –como si hubiera hecho pesas- pero a esa edad, sus músculos solo estaban idealizados en mi cabeza. No pronunciaba bien la R cosa que le daba un toque sexy…e idealizado.
Francisco, El Reto ACE. Sus camisas siempre blanquitas, parecía a James Bond porque nunca se arrugaba así corriera, no se ensuciaba aun cuando se arrastraba, inclusive en educación física lucia pulcro, con un peinadito de lado del que no se salía un solo cabello de su lugar.
Atahualpa, El Cómplice. Y cómo se puede olvidar a alguien tan especial para todos, lo hemos buscado por todos los medios y no damos con él. Su letra impecable como su aspecto. Su mamá siempre esperándolo en la salida, puntual. Las tortas que ella preparaba y él llevaba para cada fiesta aun hoy las saboreo en mi memoria. Además, podrían Ustedes olvidar a alguien con este nombre, no lo creo, pero él como persona era aún más especial.
Los Hermanos Marcano, Los Excelentes. En todo lo que emprendían, ellos eran Jean Rafael y Gabriel, ambos en la misma sección. Con los mismos 20 en la boleta, les caracterizaba lo humildes que eran –cosa nada común en los alumnos de 20- buenas personas y con cantimploras full de agua y eso era lo único que no compartían con nadie. Hoy, me enteré de la lamentable muerte de Gabriel, el menor de ellos dos. Tuvo que hacerle frente al cáncer y seguro ganó la batalla, porque dejó en cada uno de nosotros una sonrisa eterna cada vez que lo recordamos, ahora debe estar en ese lugar apacible a donde llegaremos algún día.
El Profesor Gilberto, El Maestro. Sencillamente encantador, culto y sabio como Aristóteles, adorable y paciente. Me aguantaba no solo a mí que hablaba como una perica –costumbre que no se me quita aún- nos escuchaba así lo volviéramos loco, con paciencia y amor. Inclusive llegó a asistir a mis presentaciones de ballet... máximo!
Reyna y su hermana Vicle, las más carismáticas. Joselin, que se reía de cualquier cosa. Las Hermanas Duarte, quienes ganaban cuanto reinado se hacía. Gregory, el más tremendo. Joesys, el dibujante y quien me traía de cabeza solo que él nunca lo supo.
Natha, La que Escribe. Supongo que me pueden recordar porque tenían un montón de cabello y siempre andaba despeinada, eso sigue igual. Estaba involucrada en cuanta travesura se le ocurriera a cualquiera de mis compañeros, solo que me las ingeniaba para no aparecer luego fichada. Ah, se me olvidaba, siempre me copiaba en los exámenes.
En la hora de la salida, y aún no sé porque, todos pegábamos un grito y corríamos para irnos a casa. La escuela estaba bordeada por una reja en donde se guindaban todas las mamás a esperarnos, cosa que revelaba nuestra descendencia primate. Eso no pasaba con mi hermano ni conmigo, si era mi papá el encargado de buscarnos. La salida era a las 11:45, él llegaba luego de la 1:30 cuando los del turno de la tarde ya habían entrado y nosotros allí esperando…jodiendito.
En las fiestas de fin de año siempre me tocó llevar chucherías, imagino que nunca me encargaron las bebidas por la raya del jugo, pensarían: mejor no se lo encargamos, porque capaz y la señora manda de pepino, de tomate o quien sabe de qué rareza se le pueda ocurrir. Así pues, un día me dispuse a preparar una torta, yo solita. Me quedó horrible, abstracta, asentada, pero igual la cubrí de nevado, de orgullo, la llevé a la fiesta y se la comieron. Jajaja tal vez creyeron que era la venganza por la burla de los jugos.
Cuando recuerdo esto y veo el camino que he recorrido hasta hoy y el que me falta por transitar, pienso y asevero que debemos relajarnos. Por mucha perfección que busquemos, por mucho reloj presionando, por mucho que nos compliquemos con los problemas que maximizamos en el momento, nos damos cuenta luego al pasar de los años que estos no eran nada.
Terminamos cargando el morral con un montón de cosas inútiles que debemos más bien desechar, que pesan increíblemente y nos dañan profundamente. Hoy en día preferiría haberme relajado más en las horas de espera de la salida, reírme como ahora de mis desayunos y de mis peinados. Desearía que mi amigo Gabriel hubiera estudiado menos y jugado mucho más, pero tal vez esa fue su manera de ser feliz.
Hoy, deseo que mi empleo me importe menos, pero esforzándome para ser cada día mejor, que el dinero no sea una piedra de tranca, considerando que he recibido hasta en los momentos más inesperados. Deseo no perderme la fiesta de ninguno de mis seres queridos y mucho menos sus momentos de felicidad para reírnos juntos o los de tristeza para apoyarnos y aprender de ellos.
Deseo aligerar la carga que tienen “los problemas” para verlos realmente como son y no magnificados -solo magnificar los buenos momentos y las buenas personas para que el sabor de la felicidad dure más-, no perder mi tiempo que es corto –aprox. 80 años más- en cosas de las que luego solo me reiré. Guardar la seriedad en el baúl y disfrutar, porque no estamos mucho tiempo aquí y nuestros seres amados que son nuestro combustible, tampoco.

A la memoria de mi amigo Gabriel, El Magno.

jueves, 26 de junio de 2008

Los Zapatos de al Lado

Cuántas veces hemos pensado en cómo seremos mañana, en cómo será cuando lleguemos al punto que nos trazamos como meta y digamos con un suspiro de por medio ¡Llegué! Nunca, y por Dios que no sea así.

Al leer las revistas del momento, cuántos se han imaginado caminando por la Gran Manzana cargados de bolsas, vistiendo como la estrella del momento, sin que nada sea una preocupación. Quién no ha deseado en muchas oportunidades poder obtener lo anhelado, luego de haberse esforzado lo suficiente como para que el éxito no sea muy tardío.

El tiempo es realmente perfecto. Honestamente el éxito, la meta, el fin, ese punto o como lo quieran llamar, llega cuando tiene que llegar y no sólo cuando queremos. Claro está, que debemos hacer lo posible para disfrutarlo antes de que el vestidito de la revista nos luzca ridículo en el cuerpo o en los años.

Hace mucho tiempo atrás trabajaba en una empresa en que, como la mayoría de las empresas, el baño era compartido en varios cubículos. Cada uno de los paneles que formaban los cubículos llegaban hasta un poco antes del piso, por lo que le podías ver los zapatos a quien tenías al lado.

En una oportunidad yo vestía unos zapatos súper estrafalarios, eran unas botas gigantes pero realmente bellas o al menos eso pensaba en ese entonces. En fin, estaba en ese baño con mis botas puestas, bajé la mirada y me fijé en los zapatos de quien tenía al lado. Se trataba, supongo, de una señora que había llegado a donde muchos deseamos. Sus zapatos, no solo eran hermosos, sino que era evidente que nunca habían pisado nada que los ensuciara y no por nuevos, sino por el camino que habían recorrido.

Me cuestioné: ¿Será que debemos ensuciarnos primero lo suficiente para llegar a nuestro destino? Aún no lo sé, solo sé que lo estoy transitando. Algunas veces con el barro en el cuello, pero caminado con la firmeza que me dan mis botas.

Siempre creí que a mis 30 tendría la vida más encaminada, para no decir resuelta, ahora pienso y doy gracias a Dios de que no es así, de otra manera todo sería realmente aburrido. Sin ningún propósito por el cual levantarme en la mañana, sin ganas de dar gracias cada día porque estoy viva.

No niego que en mis momentos de agotamiento desearía ser como Paris Hilton, pero definitivamente no me gustaría tener todo por nada, el sabor no es el mismo. Debemos seguir adelante cuidando cada cosa con la que nos comprometemos, guardándonos la fidelidad que nos merecemos, el respeto que nos prometimos y las ganas con las que comenzamos. No decaigamos en el intento y cuando fallemos sacudámonos el polvo y sigamos adelante... Qué más nos queda, sino vivir el ahora y sólo el ahora. Total, no sabemos qué pasará tan siquiera en el próximo minuto, no lo controlamos.

Vivamos y quedémonos sin aliento por cansancio, por esfuerzo y no por aburrimiento.

Ojalá en ese transitar nos consigamos con mucha gente divina que nos enseñe, pero también con muchos que no lo sean, para así distinguir al primer grupo inclusive a distancia. Que sean estos, los menos agradables, los que nos ensucian de barro, quienes nos den la fortaleza y hagan cuestionarnos si realmente deseamos eso por lo que tanto luchamos, porque son ellos quienes nos impulsarán, quienes nos retarán, no quienes nos limpiaran el camino de maleza.

Son estos, quienes nos harán conseguir la firmeza y el balance necesario para poder apreciar los buenos momentos, los buenos amigos, el esfuerzo hecho y la meta conseguida.

Por lo pronto, me doy cuenta que por mucho dinero que invierta en mis zapatos sigo con las botas bien puestas y muy llenas de barro y les aseguro que seguiré haciendo lo posible por ponerme ese vestidito de revista que tanto anhelo, no una sino varias veces antes de que me luzca mal.

Y sé que será así cada vez que alcance lo que me propongo: las metas cortas, las largas, las profesionales, las personales, las importantes y las banales.

No nos lo tomemos tan enserio y disfrutemos más el camino, consideremos que no es el éxito lo que nos da el sabor, sino el cómo lo conquistamos.

miércoles, 25 de junio de 2008

Mientras dure este día

Tranquila que es una jodedera, así que no tengas miedo de escribir que no se trata del Premio Nobel de literatura o del Pulitzer. Puedes escribir una carta de amor a lo que te dé la gana, a lo que más te guste.

Desde ese momento ese consejo que me dio mi papá rebotaba en mi cabeza, coñazito aquí y coñazito allá como pelotita de ping pong, porque tal vez era ese el consejo, la forma exacta, como se debe asumir la vida.

Supongo que justo antes de venir a la tierra nos dan esa advertencia, pero luego que nacemos se nos olvida el asunto y nos complicamos la existencia. La cosa no es tan difícil, el asunto se trata de conseguir invertir nuestras vidas en algo útil que nos guste, disfrutarlo y además vivir de ello. Al menos unos cuantos lo han tenido presente: Santana, jugando pelota; Picasso, pintando; El Gabo, escribiendo, Paloma Herrera, bailando y otros tantos más anónimos pero absortos en su esencia, esa que nos hace transpirar.

Y al final de la jornada, haber apreciado tanto la vida que el ocaso nos llegue sin culpas y sin quejas, tal como ocurre en los matrimonios largos, en los que las parejas se terminan enamorando de sus diferencias o al menos disfrutándolas y gozando un puyero con sus defectos.

Esta carta de amor, va para todos los que en algún momento se tomaron la cosa con tal seriedad que se olvidaron realmente que lo tenían que disfrutar, amar e incluso respirar. La escribo con amor, a las personas que se les nubló el camino y para aquellos que perdieron su propósito e incluso a los que aún no lo han descubierto.

Pero sobre todo, te la escribo a ti, mi amor, que me enseñaste esto con la ligereza de quien se hace el loco y con la sabiduría de los que viven sin afán.

Ahora puedo estar más tiempo en el presente y como una norma de Alcohólicos Anónimos: “vivir un día a la vez”. Ya basta de preguntarte, como si estuviéramos sentenciados a muerte ¿Cuánto tiempo crees tu que dure lo nuestro? Porque no importa si nos queda un solo día juntos si lo disfrutamos a lo César Miguel Rondón “haciendo de este día, el mejor día posible”, respirándolo con toda intensidad. Porque quién sabe si es de ti de quien me reiré cuando nos lleguen las canas diciéndote:
-¡Viejo, gracias a Dios que sigues salpicando el baño por mala maña o mala puntería y no por esos problemas de la próstata!

O cuando tú recostado en la cama, como lo haces ahora, me digas en mis momentos de evaluación frente al espejo:

-Mi amor ¿De que te quejas? ¡Si estás bella!

Y yo te responda muerta de risa:

-Ja, ja, tanta importancia que le di a la celulitas e igual con o sin ella se me cayó el “pellejo” y tu me sigues viendo de la misma manera
O cuando la presbicia nos haga arrodillarnos buscando los lentes y terminemos muertos de risa porque luego de media hora de angustia, descubramos que siempre los tuve puesto en la cabeza de cintillo, aguantando esas canas cansadas de tinte.
E incluso, ya arrastrando las pantuflas (porque eso es lo que usan los viejitos) me busques ese vasito de agua que te pido todas las noches justo antes de rendirme ante el arrullo de Morfeo.

Y nos refiramos a la nueva tecnología como “la cosa esa que usan los jóvenes”
Si todo este tiempo ha pasado y seguimos sintiendo intenso ¿qué importa si mañana me quieras igual? Como Florentino Ariza, si ahora me amas con profundidad.
No sé si el asunto del amor y las endorfinas es cierto o si el amor científicamente dura solo 3 años y luego es costumbre, sin contar que cada día se nos agotan las referencias, contradiciendo nuestra naturaleza, nuestra orden de “amarnos los unos a los otros”.
Hoy solo se que al verte mi estómago parece un mariposario y que al menos, hoy, te amo como cuando tenía 17.


Mientras dure este día,


Natha.