jueves, 8 de enero de 2009

Un Pestañeo Anesteciado

—¿Aló? Tengo rato llamándote para decirte que no voy a poder ir esta noche. Sí te cuento te caes para atrás, hasta yo terminé con mi rabia masculina anestesiada.
— ¡No te molestes que a ti, te veo a cada ratico mija!
Ayer me desperté tarde, para variar. Me vestí más rápido que amante huyendo, mientras se tostaba el pan. Decidí hacer dos cosas a la vez, tu sabes que yo soy rápida mi amor, y mientras me estaba poniendo los zapatos comencé a comerme la tostada, que quedó bastante tiesa y adivina qué: Se me partió el diente. —Si, el mismo de siempre, el que me reparan casi todos los años—.
Corrí al odontólogo. Me atendió Luz Marina. ¿La recuerdas? La asistente de toda la vida, la bajita simpática. —Ella misma—. Me dijo que el Dr. Mariano había muerto unos meses atrás, pobrecito. Le pregunté —Chica, de qué se murió—. Me dijo con sequedad: —de eso no se habla—. Y si de eso no se habla, segurito fue de SIDA o de algún canciller que le dio en la próstata. Tal vez por eso, fui una vez al baño del consultorio y conseguí toda la tapa chispeada.
Bueno mana, me ofreció verme con el Dr. Vento por la urgencia. Yo no quería ni hablar para que no se notara lo horrorosa que me veía.
Era la primera paciente del día. Luz, la asistente, me hizo pasar para prepararme: me puso un delantal para cuidar la blusa Chanel bellísima que traje de Francia, me puso un plástico transparente que me dejaba la boca súper abierta y la manguerita esa que succiona la saliva.
Me dejó sola para que me “relajara” en la silla, y pensé: ¡Ni que se tratase de un spa!.
No esperé casi nada, pero en medio del aburrimiento me incorporé en la silla y me puse a detallar los instrumentos, escuché algo que me asustó y de golpe tumbé sobre mí la bandeja con los instrumentos, menos mal que no se escuchó. Queriendo recoger el reguero antes de que lo notasen me pinché la pierna izquierda, ahogue mi grito de dolor y volví a colocar las cosas en la bandeja, me ajusté el delantal, me volví a colocar el plástico y la manguera en la boca y me acosté para disimular que algo hubiera pasado.
Al instante entró el Doctor David Vento y sentí que Dios me mostró el futuro, creo que en ese instante hasta pude ver cómo me iría de este mundo. Todo se puso en cámara lenta, el movimiento de su cabello negro como tu conciencia, —no te rías, que sabes que no es muy clara que se diga— en fin, contrastaban con “los O-Jos”. Olía a pasión y seguro que debe saber a fresas con champaña. Hasta escuché violines, pero luego que pasó el rato y los seguía escuchando me di cuenta que era del ambiente musical. —¿Qué cómo es él?—, bueno un tipazo: más o menos 38 años, atlético, meticuloso, callado, observador, calmado. Pero, déjame terminar de contarte.
Cuando volví en mí me di cuenta que allí estaba yo, tumbada en esa silla, con la boca abierta como corroncho en pecera, totalmente ridícula e indefensa de ese bombón.
Me dijo—Hola Miranda, disculpa la espera— y yo como no podía ni sonreír porque el plástico me tenía estirada la boca, achiné los ojos para simular una sonrisa amable. Pensé ¿y este muñeco cómo se sabe mi nombre? Cuando para maltrato de mi ego noté en sus manos la carpeta con mi historia médica.
Se sentó a mi lado y me dijo que asentara con la cabeza para corroborar los datos. —Miranda Goliat —y yo: Umju—, 35 años—Umju, mientras movía la cabeza afanosamente. ¿Viniste hace 10 meses a qué te arreglaran este mismo diente? ¿Pero y tú qué comes tuercas? —Fruncí el ceño y simulé una risa tonta, claro con la boca así de espernancada ¿Tu me dirás qué otra risa me podía salir?.
Cuando el tipo iba a comenzar a trabajar dijo con algo de ironía —¡Que raro! Luz Marina tiene más años que yo aquí y hoy arregló mal los instrumentos— sentí que me lanzó la puntita, el muy ponzoñoso. Me anestesió con la misma intensidad de su comentario y sonó el teléfono. Por lo que escuché, le anunciaban al paciente que iba a atender a esa hora. Aproveché para ajustarme un poco la manguerita, pero mana ¿qué te cuento? Me la dejé mal puesta y me he bañado la blusa de saliva, para ese momento se me había dormido la boca y no me había dado cuenta que se me estaba saliendo la baba —Chica no te rías—. Se volteó y se acercó rodando con la sillita, al darse cuenta de lo que había pasado se echó a reír y me observó cómo quien ve a un niño en medio de una picardía.
Bueno, me acomodó y comenzó a trabajar. Yo lo veía de cerquita, noté que hasta la mini cicatriz de la ceja le da un aire súper sexy. Al pasar el rato lo volvieron a llamar, entiendo que para decirle que el paciente que lo estaba esperando se iba. En ese justo momento aproveché para mover un poquito la lámpara que me tenía encandilada, al bajar el brazo, solo se escuchó un estruendoso PLOF, había vuelto a tumbar la bandeja, por el sonido podrás imaginar que esta vez cayó al piso. Él se volteó sin colgar la llamada y soltó una gran carcajada que me hizo achicar en la silla, me sentía del tamaño del delantal que me cubría. Solo me salió decir: Ay disculpe Doctor.
La asistente entró con una nueva bandeja de instrumentos que él le había pedido antes de colgar y, ¿a que no sabes? Se ha ido la luz.
Me retiró los instrumentos de la boca y me pidió que me quedara acostada esperando a que regresara la luz, él intuía que no iba a demorar mucho. Hasta romántico se había tornado el ambiente, todo se veía en sepia y con una servilletita me limpiaba las comisuras de la boca.
No sé si fue la anestesia, pero me dio por hablar más paja de lo usual. De todo lo que me comentaba, le ofrecía un consejo. Me contó que se le estaban olvidando las cosas y, yo que estoy tomando un remedio naturista buenísimo para la memoria se lo quise recomendar, pero aún no recuerdo el nombre de la cosa esa. —Sí, Fitina, tienes razón—
Entró la asistente con una velita y yo pensé: ahora sí cae, pero volvió la luz. Me colocaron otra vez todo el aparataje y ella salió. Él comenzó a trabajar y se fue nuevamente la luz. Prendió la vela bastante lejos de mi y por allá la dejó, no entiendo cómo me iba a iluminar así. Salió del consultorio y escuché que le dijo a la asistente que no iba a atender a más nadie por el día, para evitar contratiempos por la situación con la electricidad.
Se me estaba pasando el efecto de la anestesia. Como él debía terminarme el trabajo, prefirió volvérmela a aplicar mientras esperábamos por la luz. Cuando me iba a inyectar: ¡Achu! Me salió tremendo estornudo que le empujó la mano de la inyectadora y me la clavó en la pierna derecha e hizo que el plástico boca de corroncho saliera volando por el aire y le diera justo en la frente. —Mija, te vas a hacer pipí de la risa. ¡Gafa no te rías!— Pobrecito él estaba muy apenado, no hallaba cómo disculparse. Para cuando terminó de hacerlo yo ya no sentía mi pierna y había perdido el último ápice de vergüenza que me quedaba. Ninguno de los dos podíamos hacer nada más que reírnos, alcanzó a decir que estábamos a mano.
Entró la asistente y viéndonos reír le contagiamos la risa. Regresó la luz.
Ahora sí, me anestesió y “jugandito” me dijo que me iba a amarrar de la silla. Finalmente terminó el trabajo y de cerquita en posición de odontólogo me comentó lo bella que había quedado, me provocaba saltarle encima.
Gloria a Dios, por fin me quitó todos los instrumentos de la boca y me pidió que me enjuagara en el mini lavabo, se dio la vuelta para actualizar la historia médica, tomé el vasito de Listerine en las rocas y justo se fue la luz. ¿Qué pasó? Terminé echándome encima el desgraciado enjuague bucal, teniendo la seguridad que me veía como concurso de camisetas mojadas, por lo que rogaba al cielo que no volviera la luz pronto.
No me podía ir porque para pagar solo disponía de tarjetas y sin luz tú me dirás por donde las iba a pasar. —ja ja ja Chica, no seas tan grosera—
— ¿Cómo hice?
Nada, la electricidad tardó como dos segundos en regresar, como diría el inepto gobierno “solo fue un pestañeo”, que no dio tiempo a que tan siquiera se me medio secara la blusa y sentía burda de frío.
Me paré cojeando de la silla, con mueca de pena. A él le traicionaba la vista cada vez que me miraba lo obvio —no vale, la mancha de Listerine ¡mal pensada!—
¿Imagina qué me dijo?: “Nunca me había divertido tanto en mi trabajo, qué tal y como disculpa por tanto contratiempo me aceptas una invitación a cenar. Sí se va la luz, no importa porque cocinan a leña y se alumbran con velas”— pero bromeó diciendo que le daba temor que incendiara el restaurante—.
Me da miedo. Tiene que tener algún defecto. Fíjate que Alberto término siendo gay cuando juraba que luego de un año lo conocía al pelo.
Ahora entiendes porque no voy a ir esta noche, espero que la pasen divino y si vas a contar mi vista al odontólogo, por favor no seas tan detallista.
—Chaito, pues.