Me rindo, de verdad lo hago y no por no querer seguir adelante, sino todo lo contrario. Me rindo ante la terquedad de querer lograr las cosas inorgánicamente.
El esfuerzo diario es necesario, al final de cada meta podemos sentir propio el resultado. Saber que si fue bueno o malo es la respuesta que obtuvimos por cuanto entregamos. Claro que no es ley y muchas veces luego de esforzarnos mucho no logramos lo que tanto anhelamos.
Cuando esto último es lo que nos ocurre, más adelante agradeceremos que haya sido así. Nada en la vida es casualidad y eso pues, a decir verdad, lo he aprendido luego de muchas “coincidencias”.
Por tanto, es mejor vivir el camino con intensidad porque no sabemos si estaremos para el resultado. Es posible que cuando llegue hayamos cambiado de meta, de parecer, de gusto, de sentido y ya no valoremos lo que tanto quisimos lograr.
Muchas veces al pasar el tiempo nos alejamos de quienes han sido importantes, de pronto cada quien escoge tomar la píldora roja o la azul para seguir con el próximo paso. ¿Siguen siendo importantes? Definitivamente sí, en buena parte nos hacen ser quienes somos. De todos aprendemos y en el ocaso de nuestro camino podremos recordar que tan bien o mal lo pasamos.
Estos tiempos de carrera nos convierten en aprehensivos, pero si no dejamos ir libremente entonces las cosas buenas tardarán exactamente lo mismo para llegar. Como si de una balanza en busca de equilibrio se tratara: sueltas lo malo para llenarlo con lo bueno; lo que está en desuso para llenarnos de ingenio.
Por eso es que me rindo. Dejo a un lado la terquedad y que pase lo que tenga que pasar para evolucionar.
Esto está medio hippie.
Namasté.